Por Luis González Fabra
El Suroeste de nuestro país es posible que nunca llegue a conocer en su totalidad la grandeza de la obra que por esa región hizo el primer obispo de la diócesis de Barahona, Monseñor Fabio Mamerto Rivas.
No nació en el sur. Ni siquiera se crio en esa región. Pero desarrollo un amor tan profundo por esas tierras suroestanas que hizo de su vida un apostolado por los pobres y humillados del sur.
No conocía las vacaciones ni el tiempo libre. Si alguna vez tomo algún receso en su trabajo seria para orar pidiendo a Dios acordarse del suroeste. En ese afán perdió la salud. La entregó contento a la misión que el mismo se impuso de mejorar las condiciones de vida de una región por tradición olvidada por los gobiernos y la inversión privada.
Pocos están enterados de los esfuerzos que hizo para que se creara el Instituto de Desarrollo del Suroeste (UNDESUR). El obispo fue clave para que el presidente Antonio Guzmán y aceptara la idea, que tenía muchos adversarios, y finalmente firmara el decreto de la creación.
Correspondió a Fabio Mamerto Rivas ser el primer presidente del INDESUR junto a Rafael Díaz Vásquez como Director Ejecutivo. Ahora que estos dos hombres excepcionales que sintieron amor profundo por el suroeste se han ido es valedero que la región les reconozca su esfuerzo y su entrega antes que el paso del tiempo y la ingratitud de la gente borre todo lo que hicieron posible con su fuerza vital de mortales comprometidos con la región.
Sin el esfuerzo del obispo no existiera la Universidad Católica Tecnológica del Barahona (UCATEBA), actualmente con más de catorce mil estudiantes. Ni cientos de caminos, carreteras y puentes se hubieran construido para favorecer el traslado de la producción agrícola de pequeños agricultores hacia los mercados.
Los campos más apartados y los barrios más pobres de entre los pobres recibieron todo el tiempo el aliento del sacerdote-obispo que durante su gestión andaba oliendo a ovejas. Se ocupó de su rebaño. Y sus ovejas le seguían.
Me correspondió el honor, alto honor, de sustituirle cuando decidió dejar la presidencia de INDESUR. Me limite a seguir su obra ejemplar. A escuchar sus consejos. A tenerlo como faro.
A pesar de la degradación en que ha caído la institución que le ayudo con tanto entusiasmo a formar y que presidio, nunca le escuche una crítica. Su corazón lleno de bondad no animaba resentimientos. Era el corazón de un ser humano superior.
Al morir Díaz Vásquez le fui a ver a su retiro en el centro salesiano de Jarabacoa. No hablamos. Solo nos abrazamos. En silencio. El mismo silencio que hoy lo cubre en su ascenso hacia la gloria.